Un final de color rosa

Partido irrepetible, de esos que te vas amando el fútbol, feliz por haber amortizado la entrada hasta el infinito, con la convicción de que será complicado disfrutar otra vez de espectáculo tan excelso. Así salieron anoche de Los Cármenes más de dieciséis mil granadinos y granadinistas, con la palabra sublime escrita en la frente. Los del Celta, en cambio, pensarán todo lo contrario. Anoche odiaron el balón y este deporte. Así es el fútbol.

Hace 12 años por granadinistasoy
Roberto del Granada

Roberto se 'vengó' de Aspas y fue el verdugo del Celta

La justicia poética, esa propia de los cantos épicos y de las aventuras de caballeros andantes, quiso abrazar anoche a Roberto, el portero del Granada, que se convirtió en el héroe de un encuentro que pasará a la historia del granadinismo por sus amplias dosis de emoción, agonía y angustia que, sin embargo, no pueden compararse, ni siquiera mínimamente, con el júbilo y el éxtasis que vivió la afición al término de la eliminatoria.

La noche del pasado miércoles Roberto, el meta gallego, el gato rosa del Granada, abandonaba herido Balaídos, la que fue antaño su casa. Iago Aspas le había magullado el rostro en un lance intrascendente del encuentro de ida. Nada podía ganar el jugador del Celta disputando con esa saña el balón, sólo hacer daño al rival. Eso fue lo único que consiguió con esa absurda disputa del esférico. El ojo morado y los tacos marcados en la cara del cancerbero rojiblanco le conferían un aire tétrico, obra de un macarra que en la noche de ayer volvió a demostrar que el anterior sustantivo le califica a la perfección. Sí, amigos lectores, Aspas es un macarra del fútbol, y el cronista se queda corto. No contento con la agresión a un compañero de profesión, en la noche de ayer quiso agredir a toda una afición que vivía angustiada pero animosa con la suerte de su equipo, el Granada, que en aquellos instantes se veía a escasos centímetros del más cruel de los precipicios.

El Granada, que había hecho más que méritos para llevarse el partido durante los noventa minutos reglamentarios e incluso en la prórroga (Dani Benitez falló dos penaltis, uno en la segunda parte del partido y otro en la primera mitad de los treinta minutos extra), había llegado a la suerte suprema de los lanzamientos desde el punto fatídico de los once metros. Calvo había marrado su lanzamiento y dejaba al Granada en desventaja. Aspas, sin embargo, había acertado con el suyo y dejaba en ventaja a los celestes. ¿Corrió el jugador celtiña a abrazarse a sus compañeros? ¿Se dirigió a la parte del campo donde se encontraba su afición para celebrar el acierto con ellos? ¡No! La ocurrencia del macarra fue llevarse el dedo a la boca para hacer callar a las gradas locales y seguir provocando a la hinchada granadina con otros aspavientos. El árbitro lo acabó expulsando y el macarra, disfrazado con la equipación de ese gran equipo que es el Celta de Vigo, abandonó el verde de Los Cármenes sin dejar de dedicar a la afición granadina otros ?cariñosos? gestos.

El macarra Aspas no se imaginaba que aquella actuación de prepotencia y chulería, confabuló a los hados del fútbol que, de golpe y porrazo, le arrebataron al Celta la suerte de la que había venido disfrutando a lo largo de la noche. Las meigas (que haberlas, haylas) se desvistieron de celeste y se pintaron de rojiblanco, fijándose en Roberto, víctima de la violencia de Aspas en Balaídos, como pie y mano ejecutora de la suerte de los de Vigo. Y es que el portero del Granada, el gato rosa al que el macarra le reventó el rostro, iba a convertirse en la figura de la noche, el hombre del partido, el héroe del Granada.

Cuando Aspas fue expulsado la ronda de penaltis señalaba un 2-3 a favor de su equipo. El fallo de Calvo obligaba a los nazaríes a remar contracorriente. Le tocaba chutar a Dani Benitez, que ya había desperdiciado dos ocasiones así durante el partido y que ahora se enfrentaba con el tercero de la noche. Si algún inconsciente hubiera puesto su mano sobre el corazón del cronista en esos precisos instantes habría sentido como le quedaba amputada por la caballería que galopaba en mi corazón estresado. Era imposible bombear más sangre. Ni en mi corazón, ni en el de miles granadinistas que se ahogaban de angustia. ¿Será por eso que así se llama la Patrona de la ciudad? No quise mirar el lanzamiento. El gol del comentarista de la tele (el cronista no pudo desplazarse hasta Granada desde el laboral exilio malagueño) me devolvió a la realidad. Esta vez sí. A la tercera Benitez lo había conseguido. El Granada empataba la serie a tres pero el Celta contaba con la ventaja de un nuevo lanzamiento y De Lucas volvía a adelantar a los gallegos. Era el 3-4.

Sólo quedaban dos lanzamientos más. Uno para el Granada, otro para el Celta. Si Óscar Perez lo marraba era el adiós, pero esta noche ya no tocaba fallar más penaltis y el granadinista no perdonó. Le tocaba el turno a Michu, autor del solitario gol del Celta en Vigo. Roberto, el gato rosa, frente a él. Lo miró con ese ojo amoratado por el macarra compañero del ovetense y las meigas jugaron su papel. El balón se perdía en el cielo de Granada. El lanzamiento había ido arriba.

Tras los cinco lanzamientos de rigor de la tanda de penaltis la eliminatoria seguía igualada. Llegaba la muerte súbita. El que fallara se quedaba en el camino. Roberto se dirigió al balón. El portero del Gramada iba a lanzar el penalti. No es habitual que el cancerbero sea el primero que lanza en una muerte súbita pero Roberto se sabía llamado a la gloria. Era el elegido para vengarse del que le había marcado así su rostro hacía unos días, el mismo que también había abofeteado al granadinismo con sus gestos provocativos y chulescos. Su víctima iba a ser el verdugo del equipo del macarra. Con una calma increíble golpeó el cuero convencido y el balón entró en la portería. Con suspense, entre lágrimas, llegando incluso a ser rozado por Yoel, pero entró. El Granada había dado la vuelta a la tortilla. La presión era ahora para los gallegos. Roberto se situó bajo la portería. Frente a él Catalá que, nervioso, se precipitó en el lanzamiento y el de rosa, adivinando sus intenciones, lo detuvo. Lo que vino después fue lo más cercano al éxtasis.

Los hados del fútbol sonrieron a Roberto que, con su cara todavía amoratada por la patada de Aspas, fue paseado a hombros por sus compañeros. Toda la angustia se transformó en euforia. Cosas así sólo pueden pasar en Granada donde, como reza el dicho, todo es posible y lo que pudo terminar en amargura acabó en un final de rosa, como los colores del portero del Granada. Partido irrepetible del cancerbero y del equipo, de esos que te vas amando el fútbol, feliz por haber amortizado la entrada hasta el infinito, con la convicción de que será complicado disfrutar otra vez de espectáculo tan excelso. Así salieron anoche de Los Cármenes más de dieciséis mil granadinos y granadinistas, con la palabra sublime escrita en la frente. Los del Celta, en cambio, pensarán todo lo contrario. Anoche odiaron el balón y este deporte. El Celta intentará el ascenso el año que viene (lo merece), el Granada sigue soñando con lograrlo esta misma temporada. El sueño está cada vez más cerca, a tan solo dos pasos, dos partidos. Seguimos soñando, seguimos de rosa.