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El entonces jugador del Sao Paulo llegó a tierras aztecas sin ser unanimidad, y con algunos sectores de la prensa brasileña pidiendo todavía la convocación de Ademir da Guia o Dirceu Lopes, pero, con el ?8? a sus espaldas, Gerson mostró que era un astro de verdad. No tenía la plasticidad de alguno de sus coetáneos, pero poseía un perfecto control del balón y de lo que ocurría en el terreno de juego. Con una visión cerebral y un pase milimétrico de más de 40 metros, era el asistente soñado para cualquier delantero.
Gerson tenía una precisión fuera de lo común, lo que aprovechaba tanto a balón parado, con sus magistrales lanzamientos de falta, como en acciones en movimiento. Inteligente y con conciencia táctica, leía los partidos mejor que cualquier técnico. El suyo era un fútbol lúcido, habilidoso, en el que corría sólo el balón. Contaba con un gran sentido periférico de la organización. Él era quien llevaba la manija y no necesitaba ningún brazalete para imponer su jerarquía y su liderazgo natural, que ejercía con autoridad.
Un guerrero implacable
De personalidad fuerte, ordenaba, gritaba, criticaba, insultaba y corregía a sus compañeros con vigor, ya fuera Pelé o un juvenil debutante. Por eso, se ganó a pulso el apodo de ?Papagayo? entre sus colegas. Peleaba con entrenadores, colegas, rivales y periodistas, y hasta con su propia sombra. Gerson no dejaba a nadie indiferente. Era amado y odiado con la misma intensidad. Aliaba su capacidad creativa y de interpretación a la valentía y el pundonor.
Nunca se arrugaba en un balón dividido y se ganó merecidamente la reputación de duro, algo nada habitual en alguien de su calidad. A lo largo de su carrera, llegó a romper la pierna a tres contrarios: una absolutamente accidental ?la de Vaguinho, del Corinthians, en 1971-; pero las otras dos a propósito, la del juvenil Mauro, en un entrenamiento del Flamengo, y la del peruano De la Torre, en pleno Maracaná, en un partido violento en que pidió a Pelé que le dejase un balón dividido para tomarse la justicia por su mano. El ?Zurdo de Oro? era un guerrero implacable. Competitivo, no soportaba la derrota, ni en los entrenos. Por eso, siempre se entregó al máximo e intentó contagiar a sus compañeros de vestuario por allí donde pasó. ?Yo no entro a jugar para bromear? era uno de sus lemas.
Los consejos de Zizinho
Gerson de Oliveira Nunes nació el 11 de enero de 1941 en una familia humilde de Niteroi, ciudad del área metropolitana de Río de Janeiro. Como otros niños pobres, empezó su relación con el balón en las pachangas de la playa Santa Rosa de su ciudad natal. En su casa siempre se respiró fútbol. Su padre, que había jugado en el América de Río, era íntimo amigo de Zizinho. El considerado mejor jugador brasileño antes de la aparición de Pelé era un invitado habitual y de él acabó escuchando sabios consejos.
Jugando en el juvenil del Canto do Río llamó la atención del Flamengo, donde se incorporaría a los equipos de base con 17 años. Poco después, en 1959, debutaría en el primer equipo, y formaría parte de la ?Seleçao? en los Juegos Panamericanos de Chicago. Un año después, participaría en los Juegos Olímpicos de Roma, donde se enfrentaría a algunos italianos, que reencontraría una década después en la final del Mundial 70. Con el ?Fla? ganó el Torneo Río-Sao Paulo de 1961 y el Campeonato Carioca de 1963, año en que dejó la Gávea, prácticamente expulsado, por las desavenencias con el técnico Flavio Costa.
El heredero de Didí
De hecho, estaba sentenciado desde la derrota en la final del Carioca de 1962 contra el Botafogo (3-0). Gerson se negó a seguir la estéril instrucción de su entrenador para que ayudase al lateral Jordan en la misión imposible de frenar a Garrincha. La ?Alegría del Pueblo? destrozó al ?Fla? con sus driblings endiablados en una tarde antológica en la que llevó al delirio a los casi 160.00 ?torcedores? que se citaron en Maracaná. El club de la Estrella Solitaria tenía, por entonces, un equipazo con Nilton Santos, Didí, Garrincha en el auge de su carrera, Amarildo y Zagallo, que venían, todos ellos, de ser campeones mundiales en Chile.
Fuera del Flamengo, Gerson aterrizó precisamente en el Botafogo donde ganaría dos Torneos Río-Sao Paulo (1964 y 1966), dos campeonatos cariocas (1967 y 1968) y una Taça Brasil (1968). En General Severiano, alcanzaría su madurez futbolística y realizaría algunas de sus actuaciones más memorables. Didí lo coronaría como su legítimo sucesor. Brillaría al lado de una nueva generación de astros como fueron Jairzinho, Rogerio y Paulo César Cajú. Vestido de albinegro, Gerson tuvo la oportunidad de disputar su primera Copa del Mundo.
En 1962, con 21 años y todavía en el Flamengo, entraba en todas las quinielas para ir a Chile, pero su primera operación en el menisco le obligó a quedarse en casa. Sí que estuvo en Inglaterra 66 y tuvo, como toda la ?Canarinha?, una participación aciaga. Sólo entró en el campo en la derrota contra Hungría (3-1). Fue muy criticado por la prensa brasileña, que lo tachó de cobarde. Incluso el extremo izquierdo, Paraná, que encontraría después en el Sao Paulo, afirmó que era uno de los jugadores que había ingerido dentífrico para sentir indisposición y borrarse del choque decisivo ante Portugal. En realidad, Gerson estaba enfermo. En una posterior exploración, se le diagnosticaron piedras en los riñones. Tendría que esperar cuatro años para redimirse.
El Mundial de México 70 no hubiera sido el mismo sin Gerson
Joao Saldanha, al hacerse cargo de la ?Canarinha?, colocó a Gerson como el armador del juego ofensivo. En esa posición, jugaría las eliminatorias para el Mundial 70. Con la llegada de Mario Lobo Zagallo hubo un cambio táctico (del 4-2-4 al 4-3-3), pero mantuvo el mismo rol. Era el cerebro. México 70 significaba para él el ahora o nunca. Con 29 años, ésta iba a ser su última oportunidad para conquistar un Mundial. Y lo bordó. Participó en cuatro encuentros, dio tres asistencias de gol ?una de ellas magistrales a Pelé en el partido contra Checoslovaquia? y redondeó su actuación con un tanto en la final contra Italia, el segundo de los brasileños, con un trallazo desde fuera del área. A lo largo de la competición, abasteció a Jairzinho y Pelé con sus pases en profundidad. Y ?O Rei?, agradecido, siempre ha destacado que el ?Zurdo de Oro? fue decisivo en la conquista del ?Tricampeonato?.
Estando en el cénit de su carrera, nuevos retos se le plantearon. En 1969, el Botafogo, de forma sorprendente, decidió vender a casi todos sus astros. Gerson dejó la ciudad Maravillosa para fichar por el Sao Paulo FC. Su empresa era que el Tricolor Paulista volviese a ganar un título tras trece largos años de sequía. Para ello, se montó un equipazo donde había nombres propios como Pablo Forlán, Edson, Roberto Días, Toninho Guerreiro o Pedro Rocha. Sus inicios no fueron fáciles, se lo miraron con lupa por la rivalidad entre cariocas y paulistas, pero acabó imponiendo su indiscutible calidad. Se salió con la suya y el Sao Paulo alzó los Campeonatos Paulistas de 1970 y 1971.
Un año después, volvió a Río para jugar en el Fluminense, el club del cual siempre fue seguidor. Ganó un nuevo Campeonato Carioca (1973) y de manera hasta cierto punto precoz colgó las botas con 33 años. El presidente del ?Flu?, Francisco Horta, intentó convencerle para que se quedase un año más y reviviera con Rivellino la ?dupla? de México 70. Gerson prefirió seguir los consejos de su mujer y lo dejó. Tenía la vida resuelta, ya que siempre consiguió firmar buenos contratos, lo que le valió la fama de mercenario. Empezó la carrera de comentarista deportivo, que sólo interrumpió temporalmente cuando falleció una de sus dos hijas en un accidente de tráfico. Hasta hoy, continúa desempeñando con éxito esta función con su característico sentido agudo y punzante. También ha realizado trabajos sociales en su Niteroi natal.