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Hijo de dos jóvenes de 15 años, un samoano y una sueca, el estadounidense Greg Louganis fue abandonado al nacer. Su niñez lo formó frágil e introvertido. Sufrió una larga lista de fobias y alergias, asma y dislexia.
Y también el racismo, porque no era lo blanco que debía en California, los abusos de su padre adoptivo y la presión social de su elección sexual. A los 9 años fumaba y ya bebía alcohol. Depresivo, intentó suicidarse tres veces.
La danza y los clavados lo ayudaron a evadirse. Con 16 años fue bronce en Melbourne '76, la única vez que no ganó el oro en un Juego Olímpico. Dibiasi, el ganador, le dijo: 'En cuatro años, vas a estar acá'. El boicot postergó todo hasta Los Ángeles '84.
En su país, ganó sus dos primeras doradas. Y lo hizo con el mismo salto, el peligroso 307C, que un año antes se había llevado la vida del soviético Chalibashvili. Los siete jueces premiaron su osadía con diez, algo inédito. Meses antes de Seúl '88, supo que era HIV positivo pero decidió ocultarlo.
En Corea volvió a intentar el salto, pero esta vez golpeó su cabeza con la tabla y cayó sangrante al agua. Media hora después, vendado y con tres puntos de sutura, volvió a saltar. Al otro día, completó saltos aún más exigentes y retuvo las doradas en trampolín y plataforma. Recién en 1995 hizo pública su enfermedad y su homosexualidad. Había conquistado su último temor.