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El cosquilleo a las ocho de la tarde era rojiblanco, familia satisfecha este año, pero con la espina del vecino clavada desde hacía demasiado. Era su sábado, parecía, por estado anímico y por presencia en el césped. La alineación de José Mourinho invitaba al asalto, dibujo de suplentes suplentísimos algunos. El cuarteto para sacar el balón era atrevido, cuanto menos, con Carvalho y Albiol en el centro de la defensa y la pareja Pepe-Khedira a los mandos. Las ideas tendrían que ser de Kaka. La mente blanca también estaba en otro sitio, a medio camino entre Alemania y el Bernabéu. Mal día para un choque grande, con tono de gris de día de trabajo. Tocaba derbi, vaya.
Y así, por compromiso, el Madrid salió perezoso a un Calderón apretado, de tarde fría y gradas confiadas. Era el día, por qué no. Tocaba, ya era hora, derrotados siempre los rojiblancos desde 1999. La intensidad local se llevó por delante a un rival de entreguerras, que se vio de inmediato por detrás en el marcador porque sí, porque el Atlético tenía más hambre. Y canino salió Diego Costa, siempre guerrero, más en una cita de esmoquin. Se pegó tres empujones con media defensa y a los tres minutos provocó una falta en la frontal.
El balón templadito, sin intención clara, cayó botando al palo izquierdo de Diego López, que se derrumbó como un peso muerto. La dejó blanda para que Raúl García la colgara y Radamel Falcao, en soledad, rematara el 1-0 ante la parsimonia madridista. Empanada general y nubes grises, lo que menos necesita el plantel de Mourinho justo ahora.
Despertó el Madrid más por obligación que por verdadero interés. Empezó a culebrear Di María, el único puñal del once, sin ayuda de los pivotes. Pepe hacía lo que podía y Khedira seguía en Dortmund, en su terrible noche de Champions. En la segunda intentona del extremo argentino sacó una falta lejana que valdría plata. El balón de forma inverosímil terminó colándose en la portería de Courtois, entre malos despejes. El último que la tocó fue Juanfran, aunque parecía Pepe. Un empate estrambótico.
Al Atleti se le puso su cara tradicional de derbi, pero esta vez la escena era distinta, y la iniciativa suya. El Madrid pasó a defender con más ánimo y muchas amarillas, porque fútbol no tenía, era imposible de encontrar. Benzema e Morata pasaban frío arriba y Kaká seguía a lo suyo. Enfrente bastaba con Diego Costa para que la zaga blanca no estuviera tranquila en ningún momento. El brasileño siempre monta escándalo y en cada acción consigue una tarjeta en el enemigo.
Esperaba el Madrid sin ansiedad y tuvo su opción al filo del descanso en una contra excelente de Di María, que la cedió en el momento justo a Karim Benzema, cegado ante la portería. La tiró al cuerpo de Courtois en la mejor jugada de los suyos en la primera parte.
El ritmo tampoco aparecía tras el descanso, con un susto de Diego López al atrapar con algo de incertidumbre un cabezazo de Diego Costa. Después, la mejor combinación rojiblanca, en pared de Raúl García y Gabi, acabó con tiro malísimo de este último, cuando la lluvia empezó en el Manzanares.
El Atlético seguía atascado en el corazón, sin balón, sin fútbol. Bastó que Xabi Alonso asomara en la banda para que los suyos firmaran una buena combinación. La pisó Benzema y la colocó con dulzura a Di María, el mejor del Madrid, que resolvió de tiro cruzado para poner el 1-2. El Calderón se enfadó mucho entonces, recordando un empujón de Essien dos minutos antes que Pérez Lasa no interpretó como penalti.
Se veía la grada otra vez por debajo contra el odiado enemigo cuando más a tiro lo tenían. Una decepción, una derrota casi por pura inercia, otro mal antecedente para la final de Copa, donde esperan los rojiblancos limpiarse de golpe todos sus fantasmas.